sábado, 18 de agosto de 2007

SALTA

Unas rocas en un principio de playa con la arena más blanca que nunca antes jamás había visto, nos daba la bienvenida. No se escuchaban movimientos de persecución. Exhaustos caímos boca arriba los tres sobre la arena, dejando que el sol nos motivara. No sé cuánto tiempo pasó hasta que Fran se incorporó y divisó una barca que chocaba tras las rocas. Nos acercamos al acantilado arrastrando nuestros pies descalzos, nos moldeaba el anonimato.

- ¿Vamos a navegar en ella?, - preguntó Lucy.
- No nos queda otra .- dijo Fran.
Les miraba mientras subían. Se colocaron cada uno en una punta de la barca. Eran tan locos.

- Mirad, una cueva, siempre me parecieron misteriosas .- dije antes de decidirme a subir.

Me miraban desde la barca, dijeron que subiera, ambos a la vez. Entré en la cueva y Córcega no existía. Caminé entre la oscuridad y goteo de paredes. Cannes no existía. El eco desapareció, solo yo. El mundo no existía. Llegué a una habitación. Era mi casa, el salón. Aquel día que empezó todo. En el sillón estaba David, esperándome. Tenía los ojos abiertos.

- ¿Dónde has estado?, has tardado mucho.
- Sí, me entretuve hablando con el señor del puesto de periódicos, dice que han secuestrado otro avión.
- Llegará un día que no podamos salir de casa. ¿Haces la comida?, tengo hambre.
- No, me voy.
- ¿Cómo qué te vas?
- Sí, antes de que haga una locura.

Fui al dormitorio y bajé la maleta del armario. Doblé toda mi ropa y la guardé en la maleta. Cada vez que respiraba, recordaba aquellas sensaciones de libertad y alegría de mi sueño. Y mi piel se erizaba. Era hora de comenzar de nuevo.